13 de julio de 2012

Los mortales

Pocas veces, o tal vez nunca pude admitir verdadera felicidad. Y continuamente me pregunto cuáles son las cosas o las circunstancias que a las personas las hacen felices. Y siempre queda ese silencio entre los pensamientos, como un tiempo muerto, una tregua que me prometo resolver, más tarde.
Básicamente decido no responderme ese tipo de cosas, porque todo el tiempo se me escapan esas situaciones o circunstancias en las que cualquier ser humano podría sentirse feliz.
Probablemente sentirse algo perdido, dentro de alguna lluvia de invierno, completamente perdido, sin ningún rumbo demasiado prometedor, podría admitir que ese tipo de cosas serían lo más cercano a algún tipo de bienestar. Simplemente porque nadie se preguntaría donde estaría, o cuando llegaría.
Pero nuevamente se me escapan, todos esos caminos perdidos, las lluvias y los destinos. Y acepto pensar que está bien. Que todo puede estar bien de esa manera.
Aunque confieso que lo que realmente quisiera, es pasarme largos ratos en silencio con alguien que simplemente también comprenda esos silencios y con quien no necesite hablar de nada, la gente habla demasiado, y eso me entristece terriblemente.
Todos viven creyendo que existe algo por que vivir, y ciertamente no creo que exista ninguna respuesta al respecto. Vivir sin preguntarse por qué las cosas funcionan (o no funcionan) de esa forma, vivir, comer, dormir, salir, emborracharse, veo a todo el mundo actuar como si todo estuviera bien... y me cuesta tolerar ese tipo de cosas.
Prefiero los silencios, la soledad, los pájaros malvados, las nubes amables que sobrevuelan las ciudades grises y abandonadas. Todas esas cosas pasajeras, que existen anónimamente, contemplando las miserias de los hombres felices.
Y acepto que el mundo no es para mi, sino para otras criaturas más reales, que sólo cumplen su ciclo vital en  simbiosis con un ambiente al que no comprenden para nada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario